De Chirico y la paradoja europea

Sorprende leer en una de las últimas novedades editoriales que han llegado a nuestras manos, que nada más y menos que Giorgio de Chirico, quien por aquel entonces había rebasado la sesentena, diseñó en 1950 el primer logotipo del FUAN, la organización que en la Italia de posguerra agrupó a los universitarios nostálgicos de Mussolini. Aunque De Chirico no fue precisamente un antifascista, tampoco se contó entre los incondicionales adeptos del régimen político que dominó Italia entre 1922 y 1943. De hecho, mantuvo una difícil relación con el mismo, a partir del momento en el que este empezó a contagiarse del antisemitismo hitleriano, entre otras cosas porque la segunda esposa del genial pintor, y gran amor de su vida, había nacido en el seno de una familia judía.
Contradicciones y paradojas propias del turbulento siglo XX europeo y del perfil de un personaje que nos resulta atractivo por muchas razones. En De Chirico confluyen el italiano de noble apellido, nacido y educado en Grecia, con el joven que completa sus estudios en la Alemania guillermina y queda deslumbrado con la filosofía de Nietzsche y la pintura de Böcklin. E igualmente el artísta bohemio afincado en París con el ex combatiente de la Gran Guerra. Su universo rico y contradictorio se refleja hasta el final de su vida en su evolución artística, en la que se suceden los estilos desde sus comienzos simbolistas y que legó para la posteridad su gran invento de la pintura metafísica, la otra gran aportación italiana, junto al Futurismo, al mundo de las vanguardias artísticas. Como testimonio eterno de su etapa metafísica quedarán sus grandes obras de la segunda década del siglo pasado, con sus frías atmósferas arquitectónicas de resonancias clásicas y sus asociaciones imposibles y estáticas, más allá de toda lógica natural e histórica.



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